Oscuro Animal, por Eliane Katz (SAE)
El trabajo de edición de Oscuro Animal fue bastante particular, entre otras cosas porque la película no tiene diálogos. Las protagonistas nunca hablan, y las pocas veces que aparecen voces humanas funcionan casi como un ruido más.
El sonido, entonces, adquirió mucha relevancia: al no haber diálogos, los ambientes se volvían más importantes y había que darles densidad. La violencia en la película no es explícita, sólo se ven sus consecuencias, así que de alguna manera había que lograr transmitir esa amenaza que flotaba constantemente alrededor. En otro orden de cosas, también era necesario plantear los ambientes para evaluar la duración de los planos. Por suerte, como la mayor parte de la película transcurre en la selva, habían grabado cantidad de insectos, animales y demás, que usé en capas y más capas.
En cuanto a la música, la película en principio sólo tenía dos canciones, ambas diegéticas: una en una escena en la que uno de los personajes prende la radio, y otra que suena de fondo en un bar. Le pregunté a Felipe, el director, qué música pensaba usar y sólo me dijo “champeta". Como la canción que tenía que sonar en la radio dominaba la escena, y yo no conozco ese estilo de música, perdí una cantidad importante de tiempo en YouTube hasta que encontré una que tenía una cierta aspereza que me parecía iba bien. Esa canción terminó quedando en la película, y si les interesa acá pueden escucharla.
Cuando ya tenía una estructura general armada se me ocurrió que un personaje, al que vemos varias veces manejando una camioneta, tenía que estar siempre escuchando trash. La lógica era que como lo que hacía a diario era bastante espantoso, pero él además tenía un lado humano, iba con la música a pleno para ahogar sus pensamientos. Asimismo, la irrupción de esa música a lo largo de la película producía quiebres interesantes en el ritmo y en la atmósfera, que en general tendían a lo agobiante. Dudé bastante antes de mostrárselo a Felipe, porque no había nada en el guión ni en lo filmado que sugiriera algo así, pero es tal su amplitud mental que ahora ese joven recorre la película escuchando La Pestilencia, banda colombiana ruidosa y contestataria, lo que le suma todavía algo más al personaje. Si les va el ruido, acá está.
Creo que le dediqué tanto tiempo al sonido porque, por momentos, tener que armar todo un largometraje sin diálogos y, más aún, sin que se notara que no había diálogos, resultaba bastante abrumador. Si bien las protagonistas pasan mucho tiempo solas, hay algunas escenas en las que están con otras personas y era primordial que su silencio no se sintiera forzado, o efectista, y al mismo tiempo que no perdiera fuerza. No es un silencio que tiene que ver con la calma si no con la violencia, y había que mantener esa tensión. Finalmente, tan arbitrariamente como decidí que ese joven escuchaba trash, decidí que era tal la carga que ellas llevaban, tal el dolor que las atravesaba, que no podían arriesgarse a despegar los labios por miedo a quebrarse en mil pedazos.
Eliane D. Katz