Lulú, por Rosario Suárez (SAE)
Trabajar con Luis Ortega es remar en la abundancia y el caos. Es canalizar una corriente de ideas y propuestas que nunca se detiene. Todas encantadoras pero muchas veces imposibles. Gran parte de mi trabajo es elegir por qué camino dejarme llevar.
“Lulú” fue una película larga. Cuarenta y dos jornadas de rodaje, casi todas a dos cámaras. Veinte semanas de montaje para llegar al primer corte de dos horas cuarenta. Y muchas semanas más para llegar a los siguientes (e incontables) cortes que se hicieron. Numerosas escenas eliminadas. Doce jornadas extra de filmación, algunas para hacer tomas que completaban alguna escena (Luis es un genio refilmando partes) y otras para filmar escenas nuevas donde recuperaba mágicamente lo que había perdido en las escenas que habíamos eliminado la semana anterior. Se iba una escena y entraba otra. Había abundancia, de material y de ideas. Hicimos sacrificios enormes en pos de hacer avanzar el relato. Eliminamos los primeros veinticinco minutos de película; eliminamos varias transiciones con músicas maravillosas; eliminamos secuencias enteras para evitar irnos por las ramas, aunque a veces nos gustaba más el desliz que la trama. Primero probamos una estructura más afín a la literatura que al cine. Después “despejamos equis” y llegamos a una película más compacta, con lo bueno y con lo malo que eso implica.
La película se estrenó en Toronto y estuvo en Venecia. A su regreso volvió a la sala de montaje: modificamos apenas un par de escenas y el final, que fue por lejos lo más difícil. Después se estrenó en el BAFICI 2015.
Este verano Luis me pidió que armara un trailer para el estreno comercial con la recomendación de que aprovechase el material descartado, y eso hice. Cuando lo vio, su reacción fue la esperada: quería que la película recuperara lo que estaba en el trailer. Si bien para mí la película ya estaba buenísima no pude negarme, por un lado porque él lo iba a hacer igual, pero además porque yo tampoco podía resignarme a esas pérdidas. Ambos preferíamos una película menos redonda pero que trasmitiera mejor el vínculo entre los dos protagonistas, que era lo que más se había resentido. Como siempre, él tenía un millón de propuestas, algunas radicales. En contra de nuestra naturaleza nos propusimos hacerlo rápido: nos reunimos para ver la película y, sorprendentemente, a los diez minutos de finalizada ya teníamos decidido qué material volvía, dónde y cómo.
De más está decir que “Lulú” es una película que me encanta, aunque hay sólo una batalla que lamento haber perdido: la no inclusión de una canción en los créditos finales. Pero como éste es un espacio de editores, me doy la revancha y se las hago escuchar por este medio.
Rosario Suárez