Al centro de la tierra, por Lorenzo Bombicci (SAE)
Editar con Daniel Rosenfeld siempre es una experiencia sumamente enriquecedora, pero sobre todo lúdica. Es un director que va escribiendo la película a medida que la filma. La va descubriendo, va probando cosas, toma decisiones todo el tiempo respecto de hacia dónde ir. Cambia el rumbo, borra y reescribe; en definitiva, juega. Tiene claro el mapa general del relato, lo que quiere y lo que no, pero el resto es como una sesión de improvisación. Y no teme ampliar los confines de ese marco si siente que el relato se lo pide, o que él debe pedirle eso al relato. Y esa dinámica se da tanto durante el rodaje como en la sala de edición.
En el caso de “Al centro de la tierra” la sensación de juego fue extrema, dado que es una película hecha con técnicas de documental en la realización, pero tiene muchos elementos de ficción; tomó a una persona entrañable como Antonio, y -a partir de una historia de vida verdadera e increíblemente rica- fue jugando con su personaje, fue descubriendo tramas, le fue poniendo obstáculos, lo fue moldeando a medida que el relato avanzaba; inclusive muchos de los diálogos fueron “descubiertos” de ese modo, como usando técnicas de improvisación sin ser Antonio un actor. Entonces con el correr de las tomas se encontraba una línea, se la desarrollaba, se construía la siguiente toma rescatando algún estímulo de la toma anterior y se repetía… fue lo más parecido a tocar música de jazz: había una serie de notas que servían como guía, y el resto se “componía” mientras iba transcurriendo la filmación de las escenas; y luego mientras íbamos construyendo el montaje. Como también filmaba variantes, las opciones para elegir qué camino tomaba el relato eran varias, y el proceso de pruebas y más pruebas resultaba fascinante.
La mayor dificultad con la que me encontré en el proceso (que es otra característica del cine de Daniel) es que en general prefiere no dar información demasiado concreta al espectador. Es como que necesita que sea el espectador quien complete con su mirada aquello que desde la pantalla la película propone. Como esos dibujos que resultan de unir con líneas los puntos numerados en una hoja, sin otra información que esos puntos. Entonces el ejercicio era tratar de despojar a la película -en la medida en que fuera posible- de aquello que funcionara como un texto que diera información demasiado concreta. Nunca utilizar un dedo para señalarle al espectador dónde debía mirar, sino darle un marco y elementos para que cada uno pudiera hacer con eso su propio recorrido.
“Al centro de la tierra” es probablemente la película con el personaje más fascinante con el que me tocó toparme hasta ahora, tanto por su humana sencillez como por lo cautivante que resulta la inmensa prepotencia de su fe.
Lorenzo Bombicci